Jean Béraud
1849-1935

 

Por decirlo de algún modo, Béraud es como un moderno "veduttista" parisino, esta capacidad suya de "retratar" fielmente los escenarios urbanos del Paris moderno y cosmopolita del siglo XIX, es mucho más que sorprendente al comprobar como a partir de sus obras aún se pueden identificar en imágenes de la época e incluso actuales, los lugares pintados. Si sus figuras aparecen tocadas por una inconfundible "maniera" y un tratamiento homogéneo que las hace equivalentes, como repetidas, y por el que podría decirse que crea una especie de "normotipo beraudiano", su exactitud y verdadero retrato lo ejecuta sin distorsiones al representar las grandes perspectivas de los bulevares, calles y edificios donde se desarrolla el acontecer diario.

Parece como si para Béraud, lo importante fuera el fondo donde se mueven las figuras y no éstas. Sus peatones solo son "figurantes" que han de crear el relleno de formas que darán un toque de vida y decoración al alarde de representación de la calle, de la plaza, del puente o la gran avenida. Son como "maniquíes" situados delante de las puertas de los liceos, de las iglesias, de las tiendas o de los teatros, que en suma, a pesar de la instantaneidad de sus posturas y actitudes, solo acompañan la obsesión "fotográfica" del pintor por describir exactamente un lugar determinado de su Paris. Y decimos "obsesión fotográfica", porque Béraud más parece un fotógrafo que un pintor.

Sin la aportación de la imagen fotográfica, no es posible conseguir la precisión detallista de los lugares pintados. Sin duda Béraud debió poseer una gran colección de fotografías del Paris que tan bien conocía y que sabía traducir sin perderse en la fría representación del paisaje urbano. Comparando las grises o monocromas imágenes de la época, con sus vistas de los Grandes Bulevares, donde todo parece estar mucho más vivo que en la propia fotografía, comprendemos la aportación colorista que acompaña y completa el alarde narrativo de la urbe que se asoma en cada cuadro. En la "vie en rose" que retrata, ya sea invierno o primavera, todo parece como teñido por un filtro que lo volviese más dulce y placentero, la vida como un regalo y Paris su marco más esplendoroso.

El aplanamiento y el amontonamiento de las formas y de la arquitectura en las fugas aceleradas de los bulevares, que vemos en las fotografías de la época, no existen en sus obras. Todos los detalles de cada uno de los edificios reconocibles están trazados con la precisión formal de un antiguo ejercicio de arquitectura. No vale cualquier balcón, ventana o columna, no sirve cualquier color, no es cualquier adorno, son exactamente las características propias que lo distingue de tantos otros muy semejantes. Así, esta es la Columna Morris de la esquina de la Rue Laffitte, donde al fondo vemos "la Maison Dorée", y esta otra es la de la Rue Scribe con el edificio del hotel del mismo nombre. Sin duda ahora estamos en la esquina del Boulevard des Capucines con la Rue de la Chaussée d'Antin, con la entrada del Teatro del Vaudeville y el "Café Américain". Después, con su obra, iremos al Boulevard Montmartre, a la altura del Teatro Variedades con sus columnas.... o más allá del Boulevard Poissonnière y Bonne Nouvelle, a la Puerta de Saint-Denis con su gran arco fundido en la bruma de la mañana invernal donde un carruaje ha tenido un accidente y los peatones lo observan desde la barandilla del paso elevado de la Rue de la Luna. Todo, figuras incluidas, ha sido captado y congelado en una fracción de segundo, hasta en el menor de los detalles, como si se tratase del resultado de una instantánea.

Como en Delante del Teatro Francés, o Rue du Havre, Béraud no solo capta el detalle arquitectónico de los edificios y otros elementos del mobiliario urbano, sino el efecto de la luz cayendo sobre ellos en una hora determinada del día. Los efectos de sol y las sombras, la lluvia y el viento en las calles... ¿cómo puede todo eso retenerse en la memoria con la sola ayuda de unos apuntes? ¿sería esto suficiente para congelar con esa exactitud tanta vida, tantos espacios y tantos detalles...? Solo los pintores figurativos saben lo difícil que es esto, por no decir imposible, aún teniendo delante fotografías perfectas "a todo color". Sólo observando hoy una gran avenida, desde cualquiera de sus amplias aceras, e intentando memorizar esa imagen, con su luz, árboles, farolas, edificios, establecimientos y peatones, por no hablar de vehículos, nos podemos aproximar apenas un ápice a las dificultades a las que se enfrentaba el pintor al crear cualquiera de sus obras urbanas de Paris, solo algunas presentes en este trabajo, también para hacerse una idea de lo conseguido por Béraud.

Y los personajes y los trajes... la elegante y la modistilla, el oficial y el soldado... el obrero y el burgués, el flâneur y el barrendero, el académico que baja el Puente de las Artes sujetándose la chistera. El guardia, el banquero, el dandy, el botones del hotel, el empleado con mandil que sigue absorto el perfume de una dama con adorno de pieles... el tendero y el borracho.... no son más que minucias comparados con el detalle paisajista.

De padres franceses, Jean Béraud nació en Rusia, en la ciudad de San Petersburgo, el 31 de diciembre de 1849. A la muerte de su padre cuando Jean tenía apenas cuatro años, su madre se trasladara a París con sus cuatro hijos. Allí, el pintor empezará y terminará sus estudios de bachillerato en el Liceo Condorcet, en compañía de otro futuro artista que será famoso por sus obras militaristas y "de batallas", Edouard Détaille.

Tras estos años, Béraud decide estudiar leyes hasta que la guerra Franco-Prusiana se lo impide. En 1872, para aprender a pintar asiste al taller de Léon Bonnat,  donde permanecerá dos años. Léon Bonnat seguía los estudios tradicionales de la Escuela de Bellas Artes, y debido a sus fuertes imposiciones académicas, muchos alumnos comenzaron a desviarse en pos de movimientos más libres y modernos. Béraud también fue atraído por las nuevas corrientes. Coetáneo de todos los impresionistas, su obra dista mucho de las de Monet, Renoir, Pissarro o Sisley. Más seguidor de Manet y Degas, y mucho más próximo a Gustave Caillebotte o a Toulouse-Lautrec, su pintura no se asemeja en nada a la de ellos. Béraud pronto encontraría su propio y personalísimo estilo no siempre valorado y sí denostado, calificando su pintura como dulzona, amanerada y postiza. 

 

Aunque sus inicios como pintor retratista están influidos por Bonnat, pronto se manifiesta como un experto documentalista de la vida diaria parisina abarcando temas muy diversos, desde escenas religiosas a veladas en lujosos salones o reuniones políticas, pero Béraud empieza a ser él cuando se decide captar el latir diario de la ciudad. Con la remodelación ordenada por Napoleón III, los enormes trazados del Baron Haussmann, hacen que los nuevos espacio construidos sean un incentivo para que la gente salga y se convierta en visitantes de su propia ciudad. La vida ahora se encuentra a lo largo de las calles y su visión se ha convertido en el verdadero espectáculo de moda. Hombres y mujeres de todas las clases sociales desde los "elegantes" burgueses a las clases obreras, pasan sus tardes paseando por parques y jardines o caminando a lo largo de los grandes y bulliciosos "bulevares" plagados de cafés-restaurant, teatros y grandes almacenes de moda. El París de Béraud era una ciudad donde el pasear sin objetivo fijo, llegó a ser una costumbre tan grata como económica. Y Béraud se convirtió en su mayor “flaneurs”. La captación minuciosa y como "de instantánea" de este "nuevo Paris", será el motivo fundamental que cultive durante toda su vida artística, dejando constancia de ello a través de la extensa obra por la que hoy se le reconoce y cotiza. 

 

Beraud. Parisina en un dia de lluvia en la Place de la Corcorde Parisina en la Plaza de la Concordia

 

Como Brassaï o Doisneau harán más tarde con sus cámaras, el ojo "discreto" de Béraud, capturará parejas que se citan en el bar de la esquina y frente a una mesa de billar. Parejas que se encuentran en calles mojadas, angostas y desiertas, en los reservados oscuros de los teatros y salas de espectáculos, o en los bailes nocturnos al aire libre. Oficiales, soldados, patinadoras, ciclistas, modistillas, repartidoras, bailarinas y cantantes con viejos burgueses en los cabaret y cafés-concierto, parecen como espiados por su objetivo casi siempre bajo el escenario reconocible de su Paris eterno. Algunos parecen posar descaradamente, desafiantes, frente al pintor en medio de la calle. Otras cruzan su pícara mirada ante "el retratista" de esta vida urbana del Paris más elegante. Qué distinta su obra de la Jean-François Raffaëlli, otro de sus grandes contemporáneos, quien con los mismos temas urbanos, se distancia de esta captación puramente narrativa, esencialmente descriptiva. 

 

Se sabe que para tomar la esencia de este fluir, Béraud llegó a alquilar coches de caballo, una calesa que hacía circular o detenerse en el lugar de su interés. Así desde el interior, sin ser visto ni molestado, planteaba sus bocetos y apuntes. Henri Bacon, comentaba así esta experiencia sobre "el estudio rodante" de Béraud:
 

Un coche de alquiler, (...) calle abajo atrajo nuestra atención, se notaba que alguien en su interior pagaba dos francos por hora por el privilegio de tenerlo a su disposición. De repente se levantó una cortina y apareció el rostro familiar de Béraud. A su invitación, asomamos la cabeza dentro de aquel estudio en miniatura para ver el más reciente de sus cuadro. El lienzo apoyaba sobre el asiento de en frente, la caja de colores estaba a su lado y con la cortina de un lado bajada para guardarse del exterior y de las miradas de los transeúntes, pintaba con toda comodidad lo que veía a través de la ventana del lado opuesto, una vista de la avenida como fondo a un grupo de figuras. (De "Ojeadas del arte parisiense").

 

A pesar de esta ocurrente circunstancia, y aunque no tenemos datos ciertos al respecto, sería cuando menos ilógico pensar que Béraud no se ayudó también de la fotografía para representar los escenarios pintados. Solo así se puede entender todo el rigor y la exactitud topográfica que los caracteriza. Béraud es fotográfico hasta el punto de que aún hoy muchos de los escenarios parisinos de sus cuadros son perfectamente reconocibles y parecen seguir allí porque él los pintó. Baste señalar el representado en sus obras la Salida del Liceo  o la Salida del Conservatorio. Estamos seguros de que, como casi todos los pintores de la época hicieron, aquellos apuntes y bocetos tomados "del natural", se replanteaban sobre el lienzo con el apoyo de la nueva imagen, otro de los adelantos y recursos de la época más en boga.

 

Fotografía de Béraud en su estudio  Fotografía de Béraud en su estudio. 1885  Fotografía de Béraud en su estudio  Fotografía de Béraud en su estudio     

 

Béraud es un pintor diferente, o deberíamos decir un dibujante callejero, que cargado de apuntes del lugar elegido, ejecuta la obra con ayuda de fotografías en su taller de la Rue de Washington, una transversal entre los Campos Elíseos y el Boulevard Haussmann, muy cercana a la de Chateaubriand, la que usará como escenario mudo y vacío en dos obras que parecen secuencias seguidas de una película, La espera y La proposición. Allí terminaría con total fidelidad escénica sus secuencias urbanas que nos parecen como retenidas por la cámara de un fotógrafo como el que aparece retratando el vuelo del biplano. En este sentido, su obra los Funerales de Víctor Hugo, sólo podría calificarse como la "instantánea" de un reportero gráfico.

 

  La proposición    Los Funerales de Victor Hugo   

 

Así, congelará para siempre el trasiego de los grandes bulevares o el de las calles llenas de nuevos comercios y almacenes. Así, fijará instantáneamente a hombres y mujeres que conversan o leen los anuncios de las "columnas Morris" en las anchas aceras de "los Capuchinos" o de "los Italianos", las salidas de las tiendas, de los teatros y de las iglesias. Los personajes anónimos que luchan contra el viento o la lluvia cruzando plazas, puentes y avenidas plagadas de vehículos y transeúntes. Las figuras que suben o bajan de los coches de alquiler, el caballo asustado o el que resbala en el suelo mojado del bulevar.

 

Béraud fue un participante activo en los Salones anuales de Paris. Se inició presentando en el Salón de 1875 y ganó su primera medalla en el de 1882.  En la Exposición Universal de París de 1889, obtuvo una medalla de oro y en 1894 fue nombrado Oficial de la Legión de Honor y miembro del jurado del Salón. Murió en París el 4 de octubre de 1935.

El color del propio soporte queda muchas veces visible integrándose en la obra como catalizador de la misma. LLamando a un taxi  Columna Morris. manchas y pincelas sueltas de color, muy diluido, con la que traza y concreta la perspectiva y el dibujo de las formas más importantes de la composición    Tratamiento "acuarelístico"    Una fase posterior se completaría con el empaste de diferentes partes del cuadro

Aunque su obra mantiene distintos estilos a lo largo de su trayectoria profesional, en algunas de las más famosas y de madurez, no solo se aprecia su maestría sino también parte de un técnica que en cierto modo es semejante, aunque con otro estilo, a la de Toulouse-Lautrec. Nos referimos a las manchas y pinceladas sueltas de color, muy diluido, con la que traza y concreta la perspectiva y el dibujo de las formas más importantes de la composición. Su gran capacidad dibujística, pronto le permite llegar a resultados de concreción muy llamativos, especialmente de los edificios y figuras más cercanos. El color del propio soporte, como una cuadrícula preliminar, queda muchas veces visible integrándose en la obra como catalizador de la misma, creando una atmósfera de unidad en el cuadro. Una fase posterior se completaría con el empaste de diferentes partes del cuadro, que cubrirán de modo desigual este primer tratamiento "acuarelístico", por el que definiríamos su obra en general. 

Béraud, "pintor costumbrista" puede gustar mas o menos, pero el artista que para bien o para mal también fuera llamado "el pintor de la Belle Époque", no dejará de ser una de las grandes figuras de la pintura francesa de finales de siglo XIX y sin duda el que mejor plasmó el fluir de una modernidad y de un París floreciente que empezaba a convertirse en una de las ciudades más bellas e importantes del mundo.

 Mercado de flores. Paris    George Stein. Mercado de flores, 1919 Postal con una ilustración de Stein.

Su obra, seguida por una larga lista de "artistas menores" —entre los que podríamos mencionar a Georges Stein (1870-1955), Edouard Leon Cortes (1882-1969), Eugene Galien Laloue (1854-1941) o Antoine Blanchard (1910-1988)—, ha sufrido con estas imitaciones decorativas, una adulteración y un deterioro que sin duda nada tienen que ver con el gran arte y la esencia que encierra la definición que en su monografía hace Offenstadt sobre el artista: Béraud era un “hombre galante… puntilloso en sus acciones… cuyo comportamiento siempre estuvo regido por los preceptos más altos del honor y del gusto.” 

 

 

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El Paris de Jean Béraud. Antonio González García